Hay que dejar ir
a quien nunca hizo nada para quedarse, a esas personas de sentimientos
temporales que nos hicieron invertir tiempo e ilusiones. Dejar ir
requiere valentía, pero lejos de aceptarlo como un final, debemos verlo como el principio de algo nuevo.
¿Quién no se ha visto obligado en alguna ocasión a tener que cerrar una etapa de su vida? En ocasiones lo llaman “cerrar círculos“.
No obstante, esta idea de la circularidad más que darnos la visión de
algo que se cierra con un inicio y un final, nos hace visualizar más
bien una entidad que nunca termina, como una especie de uróboro o eterno retorno. Debemos ver esas etapas de nuestra vida como una línea por las que avanzar, por las que fluímos a medida que crecemos.
Y para crecer, nos desprendemos de ciertas cosas, a la vez que
ganamos otras. La vida es un avance imparable que nos abruma y que nos
quita el aliento, y de nada nos vale quedarnos encallados en algo o alguien que nos hunde hacia abajo como la piedra que cae por un pozo.
Quien no nos reconoce, quien nos hace daño y erosiona nuestro ser, nuestra esencia como persona, está vulnerando nuestro crecimiento.
Ahora bien, puede que nos cueste darnos cuenta, que no deseemos verlo durante un tiempo, pero la infelicidad
es algo que nadie puede esconder. Duele, marchita y nos apaga. Así que
no lo permitas. En la vida siempre llega un momento en que es mejor soltar, dejar ir…